domingo, 6 de noviembre de 2011

Choregraphie: Rumba

"Ya no estás más a mi lado, corazón

En el alma solo tengo soledad

Y si ya no puedo verte

Porque Dios me hizo quererte

Para hacerme sufrir más…"



La Historia de Un Amor de Carlos Eleta Almaran





Caía la tarde lánguidamente. Al igual que caía la lluvia y resbalaba por los grandes ventanales del estudio. Las calles empezaban a poblarse de todos aquellos que por distintos motivos salían de esos distintos lugares en donde habían habitado, se habían quejado, o habían disfrutado todo un día, para transitar a otros ambientes en donde habitarían el resto de la noche. El movimiento era constante y atareado, como si la prisa fuese el único factor común que todos aquellos seres vivos compartieran, además de los paraguas y alguno que otro abrigo.



Pero dentro del estudio, todo era diferente.



Mientras que esas primeras lluvias de primavera refrescaban el intenso calor de las calles de la vibrante ciudad de Panamá, el estudio se había caldeado por la luz del sol y permitía un ambiente húmedo, un tanto denso, pero extrañamente acogedor. Al menos para ellos dos.



En el espejo, una figura alta y estilizada, enfundada en un pantalón negro ajustado y una sencilla camisa blanca con las mangas abiertas y el cabello largo y negro cuidadosamente peinado hacia atrás con gomina calentaba en la barra con cadenciosos movimientos al compás de una música que solamente sonaba en su cabeza y que movía lentamente sus músculos y sus huesos. Clavó su intensa mirada azul en el espejo y pudo notar como aquella otra figura danzaba como si estuviese sola, o como si disfrutara en creer que nadie la veía. Aunque Slalik sabía claramente que era solo una de esas artimañas de mujer latina para atraer la atención del hombre al que se desea.



Del otro lado, una figura felina y sensual. Descaradamente femenina e intensamente vital. Cubierta por un simple vestido de práctica blanco, pero que en aquella deliciosa y satinada piel bronceada por años por el sol de las playas del sur, la hacía lucir imponente. Altísimos tacones y el cabello recogido en una sencilla coleta, sin joyería alguna pero con un maquillaje que no hacía más que acentuar sus deliciosas facciones. Ella era "un tronco de mujer" como alguna vez le había dicho uno de sus alumnos venezolanos y más aún cuando descaradamente calentaba no frente a los espejos sino frente a la barra colocada en la ventana para que cada transeúnte pudiese observar como su belleza fatalmente animal podía seducir a cualquiera que la viese por más de cinco segundos. Ella bailaba suavemente, preparándose, pero sobre todo, haciéndole saber al guapo ruso que ensayaba frente a los espejos que esta noche serían solo ellos dos y que ella claramente pedía su atención.



Una mujer en la plenitud de su femineidad, con el cadencioso sabor de las especies del caribe en sus venas y el natural ritmo de las latinas nacidas bajo un sol de verano se giraba lentamente para caminar hacia el centro del estudio, totalmente preparada para conquistar, para tomar y no dejar huír. Como siempre lo hacía con cada una de las presas a las cuales atraía con su encanto.



Slalik vio claramente aquella abierta invitación al cortejo. Arregló el cuello de su camisa, quitó un botón más para mostrar su pecho y rió sin dejar de ver al espejo. Caminó lentamente hacia el reproductor, escogió una pista y camino hacia Malena.



Un hombre guapísimo, pensó ella mientras observaba aquella elegante y abierta postura en donde los brazos la invitaban a lanzarse en un abrazo o a retarlo a alejarse solo para mantener el juego que claramente se iniciaría cuando los primeros compases de aquel bolero sonaran. Y de hecho así fue. Lentamente aquel viejo bolero, interpretado por una mujer llenó el salón y la mirada de Slalik se clavó en los sensuales y desafiantes movimientos de aquella mujer a quien las palabras no podrían describir como hermosa pues poca justicia le harían. La lenta cadencia de los compases de aquel delicioso bolero guiaban claramente los movimientos en los que el ruso se presentaba como una exótica mezcla entre galán príncipe de cuento de hadas y ladrón taimado de relato erótico. Ágil y decadente la invitaba a seducirle. Y fue así como Malena continuaba con su cometido, el de hacer que aquel hombre la deseara hasta más no poder.



Pocos compases habían sonado y fue cuando aquel hombre la tomó delicadamente para iniciar una serie de elaborados y complejos giros a los cuales ella se subyugó sin oponer ningún tipo de resistencia. La tomó delicadamente por una de sus manos y la guió hacia una serie de pasos que mezclaban una insinuante caminata y suficientes giros de cadera, capaces de despertar el deseo en el más santo de los monjes de clausura o de hacer vibrar de deseo a cualquier aspirante a hermana de la caridad. Con elegantes, lánguidos y decididos movimientos de manos y brazos, Malena acariciaba su piel, las curvas insinuantes de sus senos y el talle de su cintura mientras que aquella abundante y rizada cabellera negra enarbolaba sensuales ondas que giraban al viento o caían delicada y sensualmente sobre su espalda desnuda. Slalik giraba tras ella tomando los brazos de Malena y levantándolos suavemente para dejar al descubierto un torso insinuante mientras que su aliento y su nariz recorrían lentamente el cuello de aquella portentosa panameña. Ella no hacía más que contonearse, cerrar los ojos y dejarse guiar por los deseos del ruso.



Aquella rumba era una clara invitación al deseo, un constante preludio al conocimiento carnal entre dos amantes que jugaban a acercarse y alejarse. Malena giraba sus caderas lentamente a partir de un centro en donde se conjugaba el deseo y la elegancia mientras que Slalik cerraba los ojos y la tomaba por el vientre para luego contonearla a partir de su cintura. Ambos cerraban los ojos y podían sentir el aroma animal que despedían, ese mismo que parecía haber sido incitado por aquella lluvia de mayo. Esa misma que como decían las abuelas, no hacía más que alborotar el calor. Incluso dentro de un estudio de baile al caer la tarde.



Elegantes y largos pasos, complicados giros y decadentes mezclas que se alternaban entre rápidos y deseosos movimientos, con sutiles y sensuales pasos lánguidos entre ambos bailarines. Se alejaban para retarse el uno al otro. Él mostraba una técnica depuradísima, con elegantes, masculinos y complejos pasos de baile, al más puro estilo europeo. Ese que sin dudarlo había ganado incontables premios en las capitales de la danza y había hecho que millones de varones lo envidiaran y mujeres lo desearan. Ella mostraba al contrario un estilo mucho más natural, descaradamente sensual e incitante. Un estilo con el cual solo se puede nacer, uno que no se puede fabricar aunque así se quisiese. Ella se insinuaba tan claramente que se debía ser ciego o ser alemán como uno el párroco de su iglesia decía, para no darse cuenta de la imperante sensualidad de Malena. Sus largas piernas creaban hermosos juegos y piruetas en el aire mientras que en el suelo pareciera que se deslizaba como si no existiese más que una fricción imaginaria y aquel fuese ese espacio ideal en donde todo podía suceder. Y es que todo era posible en aquel juego de seducción entre un hombre y una mujer. Porque este no era un juego de cacería, ni un subyugante juego de poderes. Eran dos seres apasionados seduciéndose el uno al otro al compás de un sensual bolero.



Los acordes de las guitarras que melódicamente invitaban a cerrar los ojos y dejarse llevar por su hechizo, el delicioso ritmo de unas maracas y claves marcaban un sensual ritmo en el que tanto las caderas como los hombros se movían para crear maravillas circulares que no hacían más que ser los puntos clave para aquel hermoso ritual de cortejo. La voz de una mujer que languidecía y se lamentaba tan sensualmente que el dolor parecía más poético que nunca. Esa era la magia del bolero. Ese mismo que hacía que Malena y Slalik se entregaran sin reservas el uno al otro en tan íntimo momento, tan a la vista de todos. Pero era la misma lluvia la que hacía que la concurrida calle panameña fuese el escondite a la vista de todos, pues todos se preocupaban de no mojarse con la lluvia mientras que dos bailarines estaban intensamente húmedos adentro de un local. De nuevo a la vista de todos.



El bolero sonaba cada vez más intenso y ambos cerca, el uno del otro. Malena tomó el rostro de Slalik con un delicioso y elegantísimo gesto de manos y brazos. Acarició la fina barba oscura y se perdió en los ojos azules del ruso. Slalik cerró los ojos y condujo sensualmente a Malena por la pista lenta y cadenciosamente. Abrió sus labios y permitió que su aliento recorriera el cuello de la panameña mientras creaban una hermosa figura en donde la espalda de Malena hizo alarde de una femenina y singular flexibilidad mientras que el ruso hacía gala de toda su técnica. Pero la belleza era lo de menos en aquel momento. Y es que se podía cortar de un tajo el aire que ambos respiraban. Denso, intenso, cargado de feromonas, lleno de claras invitaciones, pero también de elegantes y apropiados rechazos. Todo aquello tan propio de la rumba, tan latino en su calor y expresividad, pero tan europeo en su elegancia.



Los últimos compases, los últimos instantes, todo para culminar en intenso abrazo en donde los labios de los bailarines se encontraron tan cerca que bien se podrían haber recocido cada uno de los zurcos y el sabor de besos añejos.



Dos miradas se cruzaron fijamente y mientras Slalik veía aquellos ojos oscuros llenos de erotismo, una frase escapó de los labios de Malena, "Hazme el amor ahora mismo". Slalik le vio, rió sinceramente, le dio un beso cerca de los labios y dijo a su oído "Bien sabes que al igual que tú bonita, a mi también me gustan los hombres." Hizo con ella una hermosa pirueta, luego una elegante reverencia y rio de nuevo para besar su mano.

Caminó lentamente hacia un galante moreno que esperaba al lado del reproductor y le besó en los labios.



Malena observó aquello, rió para si misma complacida y arregló su cabello, esperando la nueva ronda de ensayo.

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