domingo, 6 de noviembre de 2011

Choregraphie: Tango

Ella, enfundada en aquel vestido púrpura que divagaba sutil y radiante entre lo vulgar y lo elegante, el cabello castaño largo y suntuoso recogido en un sofisticado mono francés; maquillaje discreto que acentuaba sus facciones de muñeca de porcelana (de esas mismas que se coleccionaban en las cortes de los zares) y el embriagante aroma de un costoso perfume de una reconocida casa italiana.

Ella, y una milonga plagada de todos aquellos a quienes los bandoneones y la melancolía les hacían recordar el temblor de un paso, la pasión de un baile que igualmente divagaba entre la frontera de elegancia callejera y la melancólica sutileza del brutal Buenos Aires.

Ella y el humo de un cigarrillo. Ella y una copa de Malbec. Ella, el caprichoso y renovado aroma bonaerense hecho una mujer: una que cada día se disponía a labrarse un camino en un mundo de hombres. Ella, astuta y criminalmente sagaz. Ella, la que lidiaba con decisiones y números cada día. Ella, la que enfrenta un mundo en donde no es bienvenida por una diferencia genética. Ella, la respetada y temida, ella la figura pública a quien se le reconocen los meritos que a un hombre se le exigen: joven, inteligente, decidida, audaz y totalmente independiente. Ella, la graduada Cum Laude en una prestigiosa Universidad del extranjero, la de los premios corporativos cuando aun no cumplía los 26, ella la de la portada de la revista económica que leen todos sus competidores (esa misma en donde aparecía mas como modelo de alta costura que como empresaria).

Ella, un nombre simple de mujer, Eva. Ella, la que en las noches como aquella dejaba de ser aquella mujer y se convertía en lo que amaba. Una amante de la sensual tragedia de la canción del arrabal. Porque a pesar de todo ella era una de esas tantas que fueron criadas con lamentos de bandoneón y quejas de sorprendentes interpretes que le cantaban al dolor y al desamor, a la pasión de un encuentro furtiva y prohibido, al deseo y a las lagrimas.

Eva lo sabía y era más que feliz con ello, o quizás con ellos.

Era sábado por la noche y como todos los sábados, ella buscaba las más viejas, las más populacheras y honestas milongas del viejo Buenos Aires. Ella quería dejarse seducir por el tango de verdad. No de aquellos elaborados y elegantes tangos de salón que ganan campeonatos en los programas de televisión nocturna o dominical. Claro que esos eran hermosos, pero no eran reales. Esos eran tangos para artistas, críticos y premios. Ella quería el tango de verdad. El de compadritos y callejeras; el de una vieja pareja bailando la vieja guardia, el de las calles, el de los truhanes que bailaban para no matarse en la calle o en la cama, el de la pasión y el deseo a flor de piel.

El ritual era el mismo todas las noches de sábado. Enfundarse en aquellos hermosos vestidos, como el púrpura de esa noche, calzar los altísimos zapatos de tacón y comerse el mundo en las milongas, que de esas estaba plagado Buenos Aires. Llegaba a una de ellas y el ritual iniciaba siempre igual. Una mesa libre, encender un cigarrillo largo y pedirle al mozo en turno que le sirviera un vino barato, dejarse seducir por el encanto musical que la orquesta tocase y luego escoger a aquellos que serian o que más bien servirían a sus propósitos. Solo los mejores, solo los más talentosos podrían siquiera acercarse. Porque había que admitir que ella era toda una maestro en el arte del desden. Porque a diferencia de todas aquellas que también estaban allí, ella era diferente.

Fue así como desfilaron los mejores ejemplares de la fauna masculina de Buenos Aires con cada uno de los mejores tangos. Así el compadrito de traje a rayas y pinta de galán de esquina bailo con ella al ritmo de "Nocturna" de Plaza, el viejo y elegante dueño de tienda al ritmo de "Lo han visto con otra", el joven conquistador al ritmo de "El Marne" de Aolas. Ella jugo su juego, ella les hizo creer que eran ellos quienes la conducían magistralmente por la pista, cuando era ella quien se lucia y les guiaba a guiarla en aquel ritual urbano de total seducción al ritmo de tangos y milongas.

Eva era la reina no coronada de cada una de aquellas instituciones de la danza a donde asistía. Y era eso precisamente lo que buscaba pero a pesar de ello algo faltaba. Ese perfecto aderezo…

Tomo asiento de Nuevo para disfrutar tranquilamente del humo de un cigarrillo y del intenso sabor de aquel vino barato. Sonaba una grabación de Gardel y algunas parejas bailaban con el sonido melancólico de aquella leyenda. Fue allí donde le vio entrar. Paso firme y sombrero de medio lado, el saco al hombro, sin corbata ni vergüenza, con la arrogancia como acompañante y la masculina presencia de aquellos galanes de esquina que solo las porteñas pueden parir. Era guapo, evidentemente, pero no era su genética lo que le atraía sino aquella presencia y aquel porte divino y sensual, cual deidad erótica extraída de Las Mil y Una Noches.

El camino lentamente y seguro de si mismo hasta una de las mesas. Colgó su saco al mismo estilo que lo haría un torero ejecutando una verónica, apago su cigarrillo en el cenicero y levanto de su asiento a una de las mas hermosas concurrentes del lugar. Le llevo lentamente a la pista y con una mirada y un arrogante movimiento de cabeza inició el baile. Aquella pareja se notaba entre la multitud pero todos y sobre todo Eva sabía que no era a causa de la Hermosa mujer rubia sino de aquel hombre que irradiaba una vulgar elegancia y un rancio aire señorial. Aquella elegancia y sensualidad que conferían al tango que bailaban no podía provenir de otro lugar más que de los deseos más oscuros y de las ansias más carnales. Porque en eso consistía la magia de aquel ritual urbano de seducción, era un cortejo en donde se le confería de las características mas refinadas y elegantes a uno de los deseos mas primitivos del ser humano; y aquel macho argentino era todo un maestro en el arte de reducir la voluntad de sus presas a la nada y manipularlas a su encanto, todo ello aderezado con una altísima carga de feromonas y endorfinas, el aroma a tabaco, colonia barata y un traje impecable (de esos que solo los viejos sastres de viejos barrios pueden confeccionar).

Una suntuosa sensación de civilizado animalismo envolvió a Eva. Una mezcla compleja de excitación, deseo y miedo la invadió. Por primera vez se sintió presa y no cazadora y eso le aterraba. Por primera vez sentía el placentero miedo de la cacería. Por primera vez un Nuevo depredador había entrado a sus dominios pero esta vez no competiría por la presa sino la convertiría a ella en su presa. Aquel compadrito elegante se deslizaba lentamente en la pista y guiaba con majestuosa clase a su compañera. Su mirada lubrica y arrogante clavada sensualmente sobre los ojos de su compañera y el sonido de aquel delicioso tango no hacia mas que enamorar a su audiencia y reafirmar su papel de macho cazador.

Por primera vez Eva temía no ser fuerte y demostrar un verdadero interés en un cazador más poderoso que ella. Por primera vez sintió que ni el humo de sus cigarrillos, ni el sabor de su vino barato ni su propia belleza o su aura magnética podrían reafirmar su temple. Por primera vez sucumbía, se rendía ante le acechante encanto de un macho alfa y eso no era bueno, eso no era ni siquiera la sombra de aquella exitosa, respetada y reconocida mujer.

Por primera vez ella temía aquel calor y aquella humedad con la cual su cuerpo se revestía, y el, en aquella majestuosa danza le notaba inquieta, deseosa y temerosa. Y fue axial como en medio de aquel ritual de erotismo al compás de un tango, el le sonrío sensualmente y ella no supo como reaccionar a aquellas intensas corrientes eléctricas que le recorrieron la espina dorsal y remataron en ambos extremos, atrofiando su voluntad y excitando su deseo.

Y aquella pieza culmino magistralmente. El se separo de su compañera y camino lentamente hacia Eva de la misma manera que lo hacen los felinos en la selva que asechan a sus presas. Pasos firmes e intensos, cubierto de arrogancia y masculinidad, orgulloso de si mismo, las facciones de protagonista de película de los años cincuenta, la actitud de truhán de garito y un par de calidos ojos del color del embriagante whisky. Una extraña sensación de expectación y deseo le invadió súbitamente y la presencia de aquel hombre hizo que Eva dejase caer su cigarrillo al suelo sin razón aparente. La orquesta cayo en la expectación de saber quien seria la próxima a ser escogida por aquel cazador. Y como siempre las murmuraciones iniciaron. En aquel momento aquella vieja milonga era el universo completo y Eva era un pequeño satélite que orbitaba a merced de los deseos de un planeta habitado por el encanto, el aroma a tabaco y colonia de barbería y una altísima carga de testosterona. Eva sucumbió. Lo hizo por primera vez ante un hombre, ante un cazador, dejo de ser el perfecto ejemplo de mujer contemporánea o de líder de revista feminista. Se convirtió de Nuevo en una mujer deseosa que se rinde ante las armas de un hombre que provoca el deseo.

El llego ante ella y le vio fijamente a los ojos con la mirada saturada de lujuria y con el temple plantado en la arrogancia pero con una extraña y tierna sonrisa angelical. Ella sintió de nuevo como una terrible carga eléctrica le recorrió el cuerpo y una suntuosa humedad le revistió. El le tendió la mano en un galante gesto y ella no pudo resistirse a tomarla y morderse suavemente los labios. El sonrío de nuevo y ella sucumbió ante su sonrisa. La pista se abrió completamente para ambos de la misma manera que lo hacen las manadas de lobos cuando sus alfas se aparearan. Todos estaban a la expectativa de la mezcla que generaría aquella pareja singular. Ambos caminaron hacia el centro de la pista y Eva se preguntaba como había sucumbido, como había permitido que alguien totalmente ajeno a ella hubiese logrado que su voluntad y su orgullo fuesen colocados por el suelo de una manera tan seductora y generando tal carga de erotismo.

Llegaron juntos al centro de la pista y el la tomo sin dejar de verla y sin decir palabra alguna. Con una sola mirada y el gesto de acomodar su sombrero la orquesta inicio con un clásico de Gardel, “Por una cabeza”. La mano de aquel hombre descendió lentamente por la espalda de Eva y se poso firmemente en su cintura mientras sus ojos le veían intensamente, como tratando de extraer sus mas íntimos secretos y luego comerciar con ellos. Pero todo ello no importo desde el instante en el que aquel hombre inicio el ritual de seducción llamado tango. Eva, acostumbrada a guiar, debió rendirse ante el desde el primer instante en el que sus intenciones fueron cortadas, ella intento guiar y el la sujeto fuertemente y la regreso a su estado de sumisión. A lo que ella respondió obedientemente. Fue axial como ella comprendió el porque las mujeres que por décadas habían entonado himnos trágicos y de sumisión en sus tangos favoritos lo habían hecho con tan convicción. Y no podía ser por otra razón que no fuesen aquellos hombres que inspiraban aquella música.

Aquel extraño que semejaba un galante villano de película glamorosa hacia con ella todo lo que deseaba sin decir palabra alguna, sin dejarla de ver a los ojos a no ser por algún efecto dramático que enaltecía su arrogancia y la elegante estética de aquel baile. Y ella desfallecía, se rendía: sin voluntad, sin autodominio, sin vergüenza, sin represión, atada por completo a la voluntad de un hombre.

Elegantísimos ganchos, dramáticos efectos y exóticos pasos eran el resultado de un complejo, hermoso y sensual baile en el que una ponderosa y reconocida mujer se subyugaban a los deseos de un hombre. Aquel no era mas que la representación enésima de la misma historia que todos los tangos contaban. Era la tragedia de una intensa pasión, era la belleza del deseo sublimado, era el erotismo vulgar y suculento de la callejera y el canfliflero, el lugar era de nuevo un "bordello" y ellos, dos hermosos protagonistas de una historia de pasión.

Eva se olvido de los éxitos y los números, se le olvidaron las proyecciones y las reuniones de directiva, se le olvido el respeto ganado, se le olvido todo aquello para recordar su aspecto mas primitiva, recordó a la mujer que desea, a la mujer primitiva que necesita ser seducida y conducida al lecho no por el perfecto caballero sino por el macho conquistador. Ella danzaba de nuevo guiada, no era ella el timón sino la vela que era sabiamente conducida por el viento. Ella se sometía al ingenio de un hombre y su cuerpo se rendía a una fortísima carga feromona y emotiva mientras el solo sonreía con malicia.

Y en un gesto supremo finalizaron la danza con ella por los suelos suplicante y satisfecha y el acomodando su chaleco y sonriendo con desden.

Eva había sido reducida y exaltada al mismo tiempo. Luego en un dramático y caballeroso gesto, el la recogió gentilmente del suelo, la acerco fuertemente a si mismo y acaricio con su nariz la rosada mejilla de Eva. El cuerpo de ella se tensó y no pudo evitar lanzar un apagado gemido e incrustar sus largas unas en los hombros de aquel extraño. El simplemente sonrió y le vio fijamente a los ojos mientras sus narices se acariciaban y el calido aliento de ambos se mezclaba al momento en el que todo el salón aplaudía jubiloso.

El se retiro despacio y tomo galantemente la mano de Eva, la beso y condujo de nuevo hasta su asiento. Se sonrío de nuevo con ella, largamente. Hizo un dramático gesto con su sombrero, acaricio el hermoso rostro de Eva, se incorporo para sacar un cigarrillo del bolso de la atónita mujer y se dio la vuelta para partir.

Eva temblaba aun a causa de la excitación y casi no escucho lo que hizo que su cuerpo temblase aun mas a causa de la enorme sorpresa que aquello le provoco cuando una de las mozas de aquel lugar se acerco para llenar de nuevo su copa de vino barato.

- “Nena, sos afortunada. No cualquiera hace lo que hiciste con ese hombre. No cualquiera lo hace. Cualquiera de nosotras mataría por bailar como vos lo hiciste con el sordo.”

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