martes, 18 de enero de 2011

Más Humildes, Más Personas, una ligera introducción a una fuerte práctica, Yoga.




David McKenzie, uno de los mejores profesores de yoga que conozco enseña usualmente en sus clases dos preceptos básicos, el que una fuerte rutina física guía a un intenso entrenamiento de la mente y que cada semilla positiva que plantamos durante la meditación debe ser un pensamiento positivo que debemos buscar para nosotros mismos.

Yoga nos enseña progresivamente a transformar al guerrero en el buscador de paz. Nos enseña a vitalizarnos y llenarnos de positivismo, a cargarnos en cada respiración con la energía que mueve nuestras vidas, el prana, al infundir nuestro cuerpo con largas y poderosas inspiraciones mientras logrará que cada espiración se lleve consigo los pesares del día. Desde iniciar una clásica rutina de Vinyasa, el fluir, con intensas sesiones del Surya Namaskara, o saludo al sol, hasta la postura más sencilla y más compleja a la vez, la postura del muerto. Yoga nos permite reencontrarnos con el ser que busca la iluminación y la trascendencia, poco a poco, lentamente, paso a paso. Más allá de los mil y un beneficios que cada asana nos nuestra en su ejecución o la sorprendente elegancia, gracia y belleza del fluir entre cada una, yoga nos regresa a nosotros mismos, a la tranquilidad, a la simpleza de los momentos más pequeños y valiosos de la vida.

Yoga nos adiestra de nuevo a respirar profundamente, a oxigenar cada una de las células de nuestro cuerpo, a devolverle cada uno de los momentos que le robamos a nuestro organismo con las prisas de cada día. Cada inspiración regenera el prana que hemos perdido con el humo de los cigarrillos, con el smog que nos rodea, con el aturdidor sonido de las bocinas de los automóviles. Cada espiración elimina progresivamente todas aquellas toxinas, emocionales y físicas que hemos ingresado en nuestro cuerpo voluntaria o involuntariamente. Cada asana nos permite recordar, física y emocionalmente el progreso que debemos realizar para alcanzar cada una de nuestras metas, cercanas o lejanas, grandes o pequeñas, simples o complejas. Ya sea en una sutil y grácil práctica de Vinyasa o en una intensa y demandante práctica de Kundalini, el cuerpo expelerá en sudor todas aquellas impurezas con las cuales nos llenamos cada día y el calor generado durante esos minutos en los que nuestro cuerpo se enfrenta a sus propias limitaciones quemará cada uno de aquellos pensamientos y vibraciones negativas que plagan nuestra mente.

Uno de los principios básicos de yoga, más allá de regenerar nuestro cuerpo, es regenerar nuestra mente, elevar nuestras vibraciones pero sobre todo recordarnos el simple hecho de mejorar nuestras relaciones, sobre todo con nosotros mismos. Nos da el poder de reencontrar nuestro momento de paz y de calma y sobre todo de recordar todos aquellos preceptos de bondad, trascendencia y esperanza.

Al finalizar cada una de las sesiones de yoga, saludamos con una antiquísima palabra en sánscrito, Namasté, cuya complejo significado sería “Honro el Espíritu en ti que mora a su vez en mi”, bondad y respeto resumidos en una sola palabra. La finalidad más grande de esta práctica, la de trascendernos a nosotros mismos y hacernos cada vez más humildes, más personas.

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